Louise Bryant: una pluma al servicio de la revolución

Louise Bryant: una pluma al servicio de la revolución

Periodismo revolucionario

Mucha gente oyó hablar de John Reed, el periodista y militante autor de Diez días que conmovieron al mundo (una narración sobre los momentos previos a la Revolución de Octubre). Lo que pocos saben es que Reed no fue solo a Rusia: junto a él se encontraba Louise Bryant, su compañera y colega.

Las crónicas de esta nativa californiana de 32 años, rebosantes de datos, impresiones y testimonios fueron recopiladas en Seis Meses Rojos en Rusia de 1918. Éste constituiría su más importante trabajo, seguido por Espejos de Moscú de 1923 donde recogió los perfiles de los principales dirigentes revolucionarios.

“Los períodos de tensión máxima de las pasiones sociales dejan, en general, poco margen para la contemplación y el relato”, escribía Trotsky en Historia de la Revolución Rusa. Por ello mismo, Bryant no fue una mera reportera. Pese que buscaba convencer al ciudadano estadounidense y no fue tan cercana al bolchevismo como Reed, se sumergió en el torbellino de la lucha de clases con un objetivo claro: reivindicar el régimen soviético y a aquellos que “cerca de la tierra, peleaban por las estrellas”.

Incluso, luego de ser encarcelada brevemente por su defensa del sufragio femenino, insistió en testificar voluntariamente en el famoso Comité Overman de 1919, que investigaba la extensión de la propaganda comunista en Estados Unidos. Allí expresó su apoyo incondicional a Lenin, Trotsky y la autodeterminación de Rusia.

Su historia fue la de una mujer que, a principios del siglo XX y desde Estados Unidos –en un contexto de guerra mundial, machismo y persecución ideológica- hablaba de la revolución… y, particularmente, de las mujeres que la llevaban adelante.

La imaginación al poder

Bryant (que siempre mantuvo su apellido de soltera), enfrentándose al conservadurismo propio de la sociedad norteamericana, abogaba por la anticoncepción, el amor libre, el sufragio y la independencia económica de las mujeres. No es casual que sus viajes a Rusia la hayan impresionado: un país atrasado y en guerra donde el impulso revolucionario llevaría a una conquista de derechos (como el divorcio y el aborto) inédita en la época.

La periodista quedó particularmente asombrada al ver en acción a los soviets de trabajadores, campesinos y soldados, es decir, las formas de autoorganización y democracia directa que habían sido creadas por la acción obrera y popular. Fue de allí que partió su defensa a la revolución.

Su fascinación por los referentes bolcheviques se explicaba por ser éstos quienes habían logrado confluir con las masas y ponerse a la cabeza del proceso, ganando la dirección de los soviets y conduciéndolos hacia la toma del poder. “Lenin y Trotsky (…) son símbolos que representan un nuevo orden”, afirmaba. Del primero destacaba sus dotes como propagandista y jefe de la revolución, capaz de enardecer multitudes. Respecto a Trotsky, a que llamaba “el gran señor de la guerra soviética”, subrayaba su oratoria, humanidad y cualidad de estratega. Se refería a ambos como “figuras complementarias”, austeros, valientes y referentes políticos indudables.

Rosas rojas

Como mencionamos, Bryant presentó un interés marcado por las mujeres que hicieron la revolución. Por ello otorgó varias páginas a las mujeres soldado así como a distintas figuras femeninas. Tal es el caso de Alexandra Kollontai, Comisaria del Pueblo para la Asistencia Pública (un cargo ministerial), presente en ambos de sus libros.

En Seis meses Rojos la periodista cuenta que, cuando llegó a Rusia, Kollontai se encontraba en prisión: luego de haber sido exiliada por enfrentar al zarismo, cayó a la cárcel por oponerse al gobierno provisional. Fue entonces, de hecho, cuando fue elegida para integrar el Comité Central del Partido Bolchevique que condujo la revolución.

En Espejos… se realza la pelea de la Kollontai para adoptar leyes para las mujeres “de largo alcance y sin precedentes (…) en relación a las embarazadas, los huérfanos, los hijos ‘ilegítimos’ y (…) el Palacio de la Maternidad”. Bryant no deja de señalar que este avance enorme para las mujeres no se daba exento de contradicciones que surgían de la realidad material de Rusia, pero hacía hincapié en la enorme creatividad revolucionaria de los bolcheviques que prefiguraban una sociedad librada de toda explotación y opresión.

En un texto de 1927, Alexandra Kollontai decía: “Las mujeres que tomaron parte en la Gran Revolución de octubre, ¿quiénes fueron? ¿Individuos aislados? No, fueron muchísimas, decenas, cientos de miles de heroínas sin nombre quienes, marchando codo a codo con los trabajadores y los campesinos detrás de la bandera roja y la consigna de los Soviets. (…) Todavía no están seguros de qué es exactamente lo que quieren, qué procuran, pero saben una cosa: no tolerarán más la guerra. Tampoco quieren más terratenientes ni señores influyentes…”. Ésta, justamente, es la historia que pretendió desnudar Louise Bryant.

Los últimos años

La muerte de John Reed en 1920 fue un golpe muy duro para Bryant pero no detuvo su ímpetu. Posteriormente pidió una autorización a la Oficina de Asuntos Extranjeros para viajar como corresponsal por la frontera meridional rusa. Al serle negada se dirigió al mismo Lenin quien, según recuerda en Espejos…, le dijo: “Me alegra que haya alguien en Rusia con la suficiente energía para explorar. Seguramente la maten allí, pero habrá tenido la mejor experiencia de su vida”. Así, con ese permiso y escoltada por dos soldados, Bryant recorrió la estepa kasaja, Taskent, Bujará y los lindes de Irán y Afganistán.

En 1923 se casó con William Christian Bullitt Jr., con el que tendría una hija. Hasta 1925 continuó trabajando como corresponsal y llegó a entrevistar a Mussolini, al primer presidente turco y al depuesto rey Constantino I de Grecia. Sin embargo, al siguiente año se alejó del periodismo y transcurrió años difíciles a nivel personal hasta su muerte en 1936. Se debió, en gran parte, a los padecimientos que le producía la enfermedad de Dercum (o adiposis dolorosa).

Las perlas, el pan y las rosas

“Me siento como alguien que viajó esperando juntar piedras y encontró perlas”, afirmaba la periodista en Seis meses rojos. Para ella nada de lo humano fue ajeno. A través de su pluma, inflamada por la revolución, hablaron el obrero, el soldado, el campesino y los grandes dirigentes bolcheviques. En cada hoja se dedicó a retratar las luchas de los oprimidos. Su tarea y los frutos que dio constituyen un legado invaluable.

Además se esforzó en dar voz a todas esas mujeres, sin las cuales la gran gesta de Octubre hubiera sido imposible. A la trabajadora, a la joven, a la combatiente que, según decía Bryant, “personifica Rusia (…) hambrienta, con frío y descalza –olvidándolo todo- planeando nuevas batallas, nuevos caminos hacia la libertad”.

Por Jazmín Bazán

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