John D’Emilio: “El capitalismo hizo posible la identidad gay, ahora debemos destruir el capitalismo”
John D’Emilio es historiador y especialista en estudios de sexualidad y género. Publicó textos como Capitalismo e identidad gay (1979) y Política sexual, comunidades sexuales: la formación de una minoría homosexual en los Estados Unidos, 1940-1970 (1983).
Una de las inquietudes centrales que aparece en sus obras es cómo surge la identidad gay en la sociedad capitalista. En el camino para responder a esa pregunta, analiza los procesos que se dieron en Estados Unidos desde el siglo XIX en adelante: la introducción del trabajo asalariado y la posterior incorporación masiva de las mujeres al mismo, y su ligazón con los cambios en la familia nuclear, el matrimonio y la relación de las personas con la sexualidad.
En los debates políticos y teóricos sobre la opresión hacia las personas LGBTIQ+ suelen estar devaluados aquellos aspectos materiales-económicos que moldean y condicionan, de múltiples maneras, las vivencias y expresiones de la sexualidad y el género en determinado contexto histórico y social. En ello radica su aporte, invitando a problematizar como el propio capitalismo sentó las bases para que surja esa identidad, pero al mismo tiempo profundiza esa desigualdad en el que la mayoría de las personas no “pueden crear las vidas que quieren para sí mismas (…) aun contando con nuevas libertades sexuales”. Reproducimos a continuación una entrevista realizada a John D’Emilio por Meagan Day, redactora de la revista Jacobin.
Al introducir un nuevo modo de producción basado en el trabajo asalariado, el capitalismo desplazó en gran medida a la familia de su función productiva. En Capitalismo e identidad gay argumentas que una de las consecuencias de esta transformación fue la expansión de las posibilidades de actuar y construir una vida alrededor de la atracción por las personas del mismo sexo, lo que finalmente llevó a la emergencia de la identidad, la política y la comunidad gay.
Volveremos más adelante sobre este argumento general, pero comencemos por decir algo acerca de cómo eran las cosas antes de que se diera esta transformación. ¿Cuál era el modo de producción previo a la introducción del capitalismo? Para hacer este tópico tan amplio un poco más manejable, podemos restringir la pregunta al caso de Estados Unidos.
En la sociedad colonial que se convirtió en Estados Unidos –no en el marco del trabajo esclavo, sino en el del trabajo asalariado– básicamente había un sistema en el cual la mayoría de las personas producían lo que consumían, al contrario de lo que sucede en una sociedad en la cual la gente trabaja para otras personas a cambio de un salario y luego compra las cosas que necesita para su supervivencia. En este tipo de sistema, en donde la producción y el consumo están tan entrelazados, la gente realmente sobrevive gracias a la creación de unidades reproductivas que producen su propia fuerza de trabajo bajo la forma de hijos e hijas.
Por supuesto, no se trata de que en un mundo como este no existan personas que sienten deseo por otras personas del mismo sexo. Hasta donde llega nuestro conocimiento, hay evidencia de que las personas sintieron atracción por otras personas del mismo sexo y actuaron en consecuencia a lo largo de toda la historia y de todas las culturas. Pero lo que no era posible era construir una vida alrededor de estos sentimientos. Hoy pensamos que la sexualidad es algo muy personal que se organiza en torno a la cuestión de a quién deseamos y a quién amamos. Pero la sexualidad en el mundo colonial que estoy describiendo se desarrollaba en torno a la creación de la fuerza de trabajo necesaria para la supervivencia.
A medida que avanzamos hacia el siglo diecinueve, podemos observar una transición en Estados Unidos que lleva hacia formas de producción capitalistas, en el marco de las cuales las personas salen a ganarse la vida trabajando para otras personas con el fin de llevar un salario a sus hogares. Al comienzo son principalmente los hombres los que lo hacen, mientras las mujeres todavía realizan numerosos trabajos en el hogar, como cocinar y confeccionar ropa. Pero la principal consecuencia de este proceso es que cuanta más gente es capaz de trabajar por un salario, tanta más gente es capaz de vivir por fuera de la familia definida como una unidad reproductiva. Esto abre nuevas posibilidades para la gente que tiene fuertes deseos por las personas de su mismo sexo.
Por supuesto que, a causa de las desigualdades de género, raza y clase, este cambio no impacta de la misma manera en todas las personas. Los hombres blancos que trabajan a cambio de un salario son los primeros capaces de construir vidas por fuera del grupo familiar heterosexual. Pero hacia fines del siglo diecinueve, y evidentemente a comienzos del veinte, la evidencia permite concluir que son muchas y muy distintas las personas que empiezan a vivir de acuerdo con su deseo por las personas del mismo sexo.
Por ejemplo, a medida que empiezan a establecerse progresivamente asentamientos urbanos, las mujeres empiezan a vivir juntas, construyendo relaciones duraderas sin necesidad de casarse ni criar hijos ni hijas para sobrevivir. Algo similar puede decirse de las comunidades negras. A medida que los grupos afroamericanos comienzan a abandonar el sistema de aparcería y se mueven hacia las ciudades para realizar trabajos asalariados, puede observarse evidencia de lo que hoy llamaríamos gays y lesbianas.
Otra transformación que sucede en este período, tal como argumentas, es que la función ideológica del matrimonio empieza a cambiar.
La expansión del trabajo asalariado desplazó a la unidad familiar reproductiva como lugar principal donde se realizan las actividades vitales de las personas, pero no al matrimonio. De hecho, el matrimonio sigue siendo muy importante en la organización de la sociedad, aunque su sentido cambió y se convirtió más bien en un sitio de realización emocional. A medida que los hijos y las hijas dejaron de ser algo necesario para la supervivencia, comenzaron a representar cada vez más el amor familiar y la felicidad doméstica. Se convirtieron en símbolos del éxito de un matrimonio.
Cuando el sentido del matrimonio cambia de esta manera, toda la sociedad se plantea preguntas fundamentales. ¿Qué tipo de intimidad deseamos? ¿Qué tipo de compañía puede realizarnos emocionalmente? Cuando la mayoría de las personas se plantea estas preguntas, se vuelven posibles nuevas respuestas.
En este contexto, puede observarse cómo se acentúa la idea de la atracción entre personas del mismo sexo. No es que el deseo homosexual no haya estado ahí antes, pero parece ganar relieve porque se pone más énfasis en los deseos íntimos y en las atracciones individuales en general, tanto entre heterosexuales, homosexuales, etc. ¿Estoy entendiendo bien tu argumento?
Eso es correcto. En la historia de Estados Unidos puede observarse que durante los años veinte el lenguaje y la ideología del matrimonio empiezan a cambiar. No es que la gente haya dejado de tener hijos, pero el matrimonio es cada vez más algo que se elige en función del amor y de la intimidad y no de la necesidad y los planes previos, que solían tener como eje la producción de niños y niñas como fuerza de trabajo.
Los cambios en las condiciones materiales de la vida hicieron que se sigan desarrollando diferentes comprensiones ideológicas sobre el matrimonio, la familia, la intimidad y la sexualidad. A medida que pasa el tiempo, y especialmente después del baby boom de mediados del siglo veinte, no solo la elección, la atracción y el deseo empezaron a jugar un rol central en la forma en que las personas se relacionan con el matrimonio, sino que el matrimonio mismo empezó a ser cada vez menos necesario para que la gente exprese su amor y su afecto.
Entonces, luego de los años sesenta, cada vez más personas deciden vivir su vida en pareja durante largos períodos de tiempo antes de casarse, y tal vez nunca se casan, lo cual no sucedía un siglo atrás. No es una coincidencia si durante este período las mujeres empiezan a trabajar cada vez más a cambio de un salario. Finalmente, se da una situación en la cual muchas personas heterosexuales mantienen relaciones íntimas sin casarse ni tener hijos o hijas, lo cual abre todavía más espacio para imaginar la construcción de una vida alrededor de la atracción que algunas personas sienten por las personas del mismo sexo, puesto que en el fondo esto no es tan distinto de lo que hacen las personas heterosexuales.
Volvamos a la transición específica que se da a comienzos del siglo veinte. En primer lugar, tal como escribiste en tu ensayo, las comunidades gays comenzaron a aparecer en las ciudades, pero con frecuencia estaban encubiertas, eran informales y estaban más bien dispersas. Luego sucedió algo realmente significativo en esta historia, algo que pareció llegar en el momento justo: la Segunda Guerra Mundial. ¿Puedes decirnos algo acerca del rol que jugó la Segunda Guerra Mundial en la transformación de la vida y la identidad gay en las ciudades en algo más estable, visible y concreto?
En primer lugar, la Segunda Guerra Mundial suele comprenderse como una época heroica de lucha que derrotó a la tiranía, seguida por el retorno de una nación que se volvió próspera, lo cual llevó al baby boom durante los años cuarenta, cincuenta y principios de los años sesenta. ¿Qué podría ser más heterosexual que el baby boom de posguerra y la cultura que se creó alrededor de él?
Pero la Segunda Guerra Mundial también generó algo distinto. Separó a dieciséis millones de hombres jóvenes de sus familias, de sus pueblos y de sus barrios, alejándolos de todo lo que conocían, para situarles un ambiente completamente masculino. Por supuesto, algunos podían salir y abandonar esta vida, y sabemos que esto conllevó mucha actividad heterosexual. Pero este mundo de hombres jóvenes también abrió el espacio para que se desarrolle una expresión homosexual encubierta. En este contexto, los hombres que sentían una gran atracción por otros hombres fueron capaces de encontrarse unos a otros con más facilidad.
Algo similar sucedió, a pesar de que se desarrolló en otra escala, con las mujeres jóvenes. Muchas mujeres jóvenes también participaron en la economía doméstica de la guerra. Algunas de ellas abandonaron sus pequeños pueblos y se mudaron a ambientes urbanos. Muchas vivían en pensiones que aceptaban solo mujeres y trabajaban en fábricas en las cuales la mayoría de las empleadas eran mujeres, porque los hombres estaban luchando en la guerra. Las mujeres jóvenes que deseaban a otras mujeres se encontraron en una posición en la cual podían actuar de acuerdo con estos deseos.
Y cuando la guerra terminó, algunos de estos hombres y mujeres jóvenes no volvieron a sus hogares. Permanecieron en las grandes ciudades a las que se habían desplazado o en las que desembarcaron después de la guerra. El resultado de todo esto fue la creación de una pequeña comunidad –en ese momento, se denominaba una «subcultura»– de gente que tenía deseos por personas del mismo sexo y que ha experimentado un incremento de la libertad para actuar de acuerdo con este deseo.
Y no eran ciudades cualquiera. Eran ciudades que fueron muy importantes durante los años de guerra, como Nueva York, Los Ángeles y San Francisco, ciudades que florecieron durante las décadas siguientes como centros de la vida gay.
Es importante notar también en este caso el rol del trabajo asalariado, porque cuando las personas pueden sobrevivir trabajando a cambio de un salario no hay un mandato económico que las fuerce a volver a sus hogares ni a casarse y vivir una doble vida. Todavía existe una presión social que fuerza a hacer estas cosas, pero no se trata necesariamente de la supervivencia.
Esto llevó a la creación de comunidades gay más estables, que a su vez sentaron las bases de la identidad y la política gay. ¿Puedes decir algo sobre esta transición que se desarrolló durante las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial?
Fue un proceso complejo. Por un lado, dije que la Segunda Guerra Mundial abrió todas estas posibilidades. Pero, por otro lado, en unos pocos años empezó a desarrollarse el feroz anticomunismo macartista frente a la «amenaza roja». Junto a esto se desarrolló otro tipo de pánico moral que es descripto por la historia contemporánea como el «terror lila», en el marco del cual la opresión de las personas gay se volvió de repente mucho más abierta e intensa, con la policía y el FBI persiguiendo enérgicamente a la gente, creando listas, desplegando redadas en los bares, etc.
Entonces, durante los años cincuenta puede observarse simultáneamente cómo emerge una especie de «submundo» de deseo entre personas del mismo sexo, que empieza a surgir en las ciudades, y los cuidados que estas personas deben tener a causa de la represión. Hoy diríamos que era gente «enclosetada». Había bares de gays y lesbianas, pero muchas de las personas que asistían utilizaban seudónimos hasta que sabían que podían confiar en la gente con la que se relacionaban. Es en este contexto de expansión de las libertades y de opresión abierta donde pueden observarse los comienzos del activismo organizado en San Francisco y Los Ángeles, como por ejemplo la Sociedad Mattachine y las Hijas de Bilitis.
Ocasionalmente, durante este período había activistas que venían de un determinado trasfondo político y que querían ser más radicales en sus análisis. Pero, en general, el activismo durante los cincuenta y los sesenta era muy cauteloso. Si se observan las tapas de algunas de las revistas que estas organizaciones publicaban, es imposible saber que se trata de revistas gays o lesbianas.
En el marco del Movimiento por los derechos civiles, algunos activistas gays comienzan a volverse un poco más militantes y audaces, empiezan a salir, pero sigue tratándose de una minoría. Fue en el momento oportuno de Stonewall, a finales de los años sesenta, cuando una parte considerable de toda una generación estaba en las calles protestando y desafiando el orden establecido en términos políticos y culturales, que un movimiento LGTB más amplio salió del clóset y empezó a existir.
Aquí hay un paralelo con la Gran Migración Afroamericana, cuando millones de personas afroamericanas dejaron el sur rural donde trabajaban bajo relaciones de aparcería y se desplazaron hacia las ciudades en donde comenzaron a trabajar bajo relaciones salariales, no solo en las ciudades del norte y del oeste, sino también en el sur, en ciudades como Selma, Bumingham y Montgomery.
El sociólogo Jack Bloom argumentó convincentemente que esta transformación fue una precondición de lo que se terminó por convertirse en el Movimiento por los derecho civiles, casi de la misma manera en que mudarse a las ciudades y entrar en el mercado de trabajo capitalista fue una precondición de la política gay. Para dejar las cosas en claro, el capitalismo ejerce una enorme presión sobre la gente trabajadora y se basa en su explotación. Pero el moderno modo de producción abrió el camino para que alguna gente alcance una vida más cívica o política, al menos en comparación con lo que era ser una aparcera o aparcero negro bajo las leyes de Jim Crow, o una persona que sentía atracción por las personas del mismo sexo y que debía casarse y tener hijos para que ayudaran en la granja realizando tareas necesarias para la supervivencia.
Pero aquí hay otro paralelo: así como el Movimiento por los derechos civiles generó la «gran resistencia» de los racistas blancos, la emergencia de la política gay despertó una reacción violenta, que fue más antipopular y en muchos sentidos más virulenta que el «terror lila». ¿Cómo definirías esta nueva ola de homofobia?
Hay dos versiones de homofobia politizada durante el siglo veinte. Está la primera versión que emergió en el contexto de la Guerra Fría durante los años cincuenta y sesenta. Fue una versión institucionalizada. Se reflejó en las leyes de sodomía, la vigilancia del FBI, las prohibiciones federales sobre el empleo. Este es el tipo de homofobia que el movimiento de liberación gay de los setenta empezó a desafiar. Y si bien no se dieron grandes cambios durante estos años, la visibilidad del activismo LGTB fue suficientemente grande como para revocar algunas leyes de sodomía, estatuir algunos derechos civiles a nivel local, y otras cosas por el estilo.
Pero cuando esto estaba en marcha, emergió una nueva ola de homofobia por fuera de los poderes fácticos. Esto es lo que durante los años setenta se denominaba la «nueva derecha» o la «derecha radical». En general, tenía bases sólidas en el cristianismo evangélico y estaba políticamente asociada a la gente blanca del sur que se desplazaba del Partido Demócrata al Partido Republicano. Respondía no solo al activismo LGTB, sino también a la ola de activismo feminista que se generaba alrededor de temas que iban desde el control de natalidad y el aborto hasta la Enmienda de Igualdad de Derechos. Esta nueva ola de antifeminismo y homofobia ayudó a crear el Partido Republicano que tenemos hoy.
Creo que el Partido Republicano se convirtió en una vanguardia del conservadurismo social fundamentalmente a causa del puro oportunismo electoral. El motivo por el cual estas oportunidades existen es que realmente se produce mucho pánico en la población a causa de la desaparición de las costumbres tradicionales.
Y la tradición social está realmente en peligro. Esto me recuerda aquel pasaje del Manifiesto Comunista de Marx y Engels, donde observan que el capitalismo transforma el mundo a tal punto que «todo lo sólido se desvanece en el aire». Por supuesto, cuando afirman esto no están realizando necesariamente un juicio de valor. De alguna forma mantienen una posición neutral y argumentan que el capitalismo es una fuerza social progresiva que no se detiene, que todo el tiempo pone al mundo social de pies a cabeza, rehaciéndolo y recreándolo eternamente.
Esto tiene consecuencias positivas para algunas personas, al menos en algunos aspectos de sus vidas, como por ejemplo, para la gente gay en lo que respecta a su atracción por las personas del mismo sexo. Obviamente considero que el hecho de que pueda amar abierta y libremente a una mujer es algo positivo.
Pero también es cierto que el capitalismo ha perturbado a las familias y desestabilizado la vida de formas muy dañinas para mucha gente, especialmente durante la fase neoliberal, que se caracteriza por la privatización, la austeridad y una explotación que no encuentra oposición, lo cual significa que el costo de vida se eleva, los salarios se congelan y los servicios sociales se reducen cada vez más reducidos. Esto hace que sea difícil sostener las familias y otros lazos sociales, y mantener vivas a las tradiciones que parecen darle a las vidas individuales algún sentido de pertenencia en el mundo.
La libertad para actuar y construir una vida alrededor de la atracción por las personas del mismo sexo es simplemente una de las muchas expresiones de este fenómeno revolucionario más amplio. Me parece que la variante moderna de la homofobia es en realidad una reacción a los aspectos negativos de este mismo fenómeno. Se acusa a las personas gay –y, cada vez con más frecuencia, a las personas transgénero, que están reemplazando rápidamente a las personas homosexuales como el principal chivo expiatorio– de causar la disolución del orden social tradicional en el capitalismo y de todas las cosas malas que esto conlleva.
Otra forma de pensarlo es que las personas gay somos más bien el objeto de una transformación social radical generada por el capitalismo, aunque se nos acuse de ser el sujeto de esta transformación. Creo que este es un análisis más sofisticado de la adecuación de la homofobia al capitalismo que la explicación estándar según la cual no se trata más que de otro medio de dividirnos, aunque esto no deje de ser cierto.
Efectivamente, si observamos la homofobia que se desarrolla en la derecha durante los años setenta y ochenta, y si observamos el lenguaje por medio del cual se expresa, es evidente que lo que la motiva es la preocupación por la descomposición o la decadencia de la familia nuclear. Ahora bien, la decadencia de la familia nuclear es un fenómeno real. Pero no fue el resultado del movimiento de liberación gay. Fue el resultado del desarrollo continuado del capitalismo, que trastocó las condiciones materiales que antes mantenían unidas a las familias sin ofrecer ninguna alternativa.
Por ejemplo, independientemente del feminismo, el capitalismo ya estaba reclutando a las mujeres como fuerza de trabajo, dándole cada vez a más mujeres la posibilidad de elegir si querían casarse o permanecer en sus matrimonios. Fue el feminismo de la segunda ola el que surgió de este proceso, y no al revés. Para mejor o para peor, el capitalismo está trastocando este viejo orden en el cual las familias nucleares heterosexuales lo son todo en términos de las estructuras de la vida. Y luego, cuando la gente tiene miedo al cambio, en lugar de apuntar contra la sociedad capitalista o contra el sistema de producción capitalista, apunta contra el activismo gay y feminista.
En los años setenta formaste parte de un importante grupo de lectura marxista gay. Parece que en aquel momento el activismo gay sentía cierto compromiso con el anticapitalismo, o pensaba incluso que la liberación gay implicaba al anticapitalismo. Durante las décadas siguientes, esta asociación se perdió casi por completo. ¿Qué sucedió?
Lo que se denominó liberación gay surgió en la estela del radicalismo de izquierda que se desarrolló a fines de los años sesenta, tanto en los movimientos por la justicia racial como en las versiones del feminismo radical o en el movimiento contra la guerra. Dado que el movimiento de liberación gay era una parte de estos movimientos, se vio impulsado en sus comienzos a desafiar lo que en ese entonces se denominaba «el sistema».
Entonces, cuando llegó Stonewall, ya había revueltas y protestas en todo el país. La gente joven estaba politizada, y en este contexto las cosas se expanden de forma muy veloz y radical. La primera organización que se formó luego de Stonewall, el Frente de Liberación Gay, tomó su nombre del Frente de Liberación Nacional de Vietnam que peleaba en ese entonces contra el imperialismo estadounidense en el sudeste asiático. Así que los primeros movimientos de liberación de gays y lesbianas tomaron en general una posición izquierdista, que no se agotaba en una mera cuestión ideológica.
Esto no duró mucho. Y quiero decir que realmente no duró mucho. A comienzos de los años setenta, estos grupos de liberación de gays y lesbianas no duraron más que tres o cuatro años. Y fueron reemplazados por otros grupos que también eran militantes pero que se enfocaban en un solo problema, organizaciones construidas en función de cuestiones identitarias. Lo que quiero decir es que empezó a haber organizaciones que peleaban en las calles, que enfrentaban a la policía, que eran capaces de generar movilizaciones importantes, pero que todo lo que querían era igualdad de derechos para las personas gay. Esta militancia duró un tiempo más, pero las coaliciones que se formaban alrededor de muchos problemas distintos y que ponían el acento en cómo el capitalismo oprime a todo el mundo desaparecieron. En este sentido, el activismo LGTB refleja de forma triste aunque no sorprendente las tendencias más generales de la sociedad.
La militancia tiene sus altibajos a medida que transcurren los años. Por ejemplo, hubo un importante recrudecimiento del conflicto durante la crisis del SIDA de la mano del grupo ACT UP. Y hubo un desplazamiento en este tipo de organización en torno a un solo problema cuando ACT UP y otros grupos comenzaron a comprometerse con temas como el acceso universal a la salud. Pero en general, durante los últimos cincuenta años, el izquierdismo ha sido más una tendencia pequeña que un componente importante del activismo queer.
En Capitalismo e identidad gay insistes en una política gay anticapitalista, y todavía sostienes esta posición muchas décadas después. Pero si el capitalismo es el responsable de que alguna gente sea capaz de sobrevivir y finalmente salir de la familia nuclear heterosexual, ¿las personas que somos gays y socialistas estamos siendo desleales al sistema que nos hizo posibles? En otras palabras, ¿por qué las personas gay deberían ser anticapitalistas, teniendo en cuenta la historia que venimos de describir?
En primer lugar, porque en sí mismo y por sí mismo el capitalismo no ha terminado con la homofobia ni con la transfobia. Esto solo puede ser producto del activismo, y en este camino tuvimos que luchar por cada pequeña conquista. Además, bajo el capitalismo, algunas personas pueden crear las vidas que quieren para sí mismas, pero la mayoría de la gente no puede, aun contando con nuevas libertades sexuales.
La mayoría de la gente, incluyendo la mayoría de la gente LGTB, vive con cierta inseguridad, dado que su capacidad de sobrevivir económicamente está siempre amenazada. Nunca estamos muy lejos de perder todos nuestros ahorros, de no llegar a pagar nuestra hipoteca y nuestro alquiler o de tener que recurrir a los bancos de alimentos. El capitalismo ha generado las condiciones materiales que posibilitaron la emergencia de la identidad gay, pero no ha generado seguridad para la mayoría de estas personas.
El aspecto progresivo del capitalismo es que el sistema de propiedad privada y ganancia en el largo plazo ha permitido que la sociedad se vuelva potencialmente mucho más eficiente en términos productivos y que, a fin de cuentas, se necesite mucho menos trabajo para que las personas y la sociedad sobrevivan. Pero precisamente porque los medios de producción son propiedad privada y operan guiados por la ganancia, mucha gente necesita trabajar tanto como antes y tiene mucha menos seguridad.
Por un lado, el hecho de que el capitalismo habilite la acción de los individuos en la sociedad abrió ciertas posibilidades. Pero para la mayoría, la naturaleza individualista del capitalismo crea un sentimiento de inseguridad en el largo plazo, una falta de certeza acerca de quién estará ahí para cuidarnos cuando tengamos problemas. Lo que el socialismo tiene para ofrecer es la idea de una responsabilidad colectiva por el bienestar individual.
Sí, todavía seremos individuos. Todavía tendremos libertades, e incluso libertades sexuales. Pero ya no seremos individuos que luchan por sobrevivir en este sistema desigual y explotador. El capitalismo ha creado nuevas posibilidades materiales. Lo que el socialismo puede crear es un sistema de valores distinto, uno que al final se preocupe realmente por los individuos, mucho más de lo que el capitalismo lo hace.