Ponencia de la charla “Movimiento Queer y lucha de clases”
En las siguientes líneas, queremos debatir sobre el gran reto que supone combatir la opresión patriarcal. Para esto, nuestra intención es dialogar desde el marxismo con un fenómeno muy influyente en el movimiento feminista y LGTBI actual como es la teoría Queer. Una teoría que cuestiona y transgrede las identidades de género y la orientación sexual.
Liberación sexual ¿sin lucha de clases?
En una sociedad hipersexualizada como la nuestra –sexualidad expuesta en el cine, la educación, el espectáculo, el ocio, etc.- podemos creer que vivimos una época de liberación sexual. Pero mientras la realidad es que millones de mujeres continúan sin tener plena libertad para decidir sobre sus propios cuerpos por varios motivos. Uno de ellos, y el más grave en esta cadena de opresiones, es cuando “secuestran los cuerpos” de las mujeres tras las redes de trata, que las engañan con fines de explotación sexual. El feminicidio es el fin de esta larga cadena también. O el más denunciado en la opresión cotidiana, cuando se imponen cánones de belleza imposibles que provocan enfermedades o incluso la muerte. También las personas LGTBI siguen sufriendo estigmatización, discriminación y persecución – en algunos países se sigue penando con cárcel e incluso con la muerte.
El sistema capitalista sigue apoyándose en la estructura de la familia tradicional y en la religión para legitimar y reproducir prejuicios misóginos, sexistas, homofóbicos y xenófobos. Los valores familiares tradicionales, ligados al conservadurismo religioso, y que se expresan día a día a través de la educación, son reproducidos continuamente en los medios de comunicación, la publicidad o la literatura, que bajo la imagen de una sexualidad sumamente limitada y heterosexual, estigmatizan múltiples formas de placer.
Toda la sexualidad humana se encuentra privada de libertad: quienes “cumplen” con la heteronorma tampoco escapan. Ven como su cuerpo es sometido a extenuantes jornadas de trabajo, están sujetos a modelos estereotipados de lo masculino y lo femenino y reciben una fuerte presión social si no se adaptan a lo establecido. Por ejemplo, no formalizando la pareja heterosexual o decidiendo no tener hijos/as. Aun así, las mujeres y las personas que no cumplen con la sexualidad dominante hegemónica son las que más sufren mayor opresión y represión.
Evolución de los movimientos por la liberación sexual
En los años ’60, en un contexto de radicalización política –protestas contra la Guerra de Vietnam, el Mayo francés, la Primavera de Praga o los cordones industriales chilenos, por ejemplo- los movimientos de mujeres y por la liberación sexual conquistaron reformas y ganaron reconocimiento. Además, cuestionaban los valores tradicionales, la cultura y las instituciones capitalistas.
Es importante señalar toda la represión que desde la sociedad y las instituciones capitalistas se ejercía hacia el colectivo LGTBI. A las redadas en bares, se unía la estigmatización y la patologización. En junio de 1969, en un barrio neoyorquino, se gritó ¡basta! Basta de palizas, de humillaciones, de persecución policial, de discriminación laboral…Stonewall nos dejó mucho más que el Día del Orgullo LGTBI. Sentó una base para que se constituyera el Frente de Liberación Gay, donde se reunieron todas las organizaciones de gays, lesbianas y trans de Estados Unidos.
Este fenómeno saltó fronteras y se creó también en muchos países de Latinoamérica, en el Estado español o Francia. Fue un movimiento muy progresivo porque no solo cuestionaba la discriminación de la comunidad LGTBI, sino también la estigmatización del placer sexual. Gracias a la lucha y la movilización, el movimiento por la liberación sexual consiguió, entre otras cosas, que la homosexualidad fuera despenalizada en la mayoría de países occidentales y que desapareciese de los manuales de diagnóstico de enfermedades mentales.
En los años ‘70, al desempleo y la mayor precarización les acompañó la conquista de algunos derechos, suponiendo así un retroceso para los movimientos sociales. Se fomentó una mayor institucionalización, cooptación, fragmentación y despolitización. El “logro” del matrimonio homosexual fue fuertemente criticado por amplios sectores de la comunidad LGTBI que, como sostiene Andrea d’Atri en “Pecados y Capitales”.
Dentro del propio movimiento surgieron discusiones sobre la identidad sexual, ya que muchos sectores no se sentían representados con la concentración de poder en los gays, que no tenía en cuenta los graves problemas de la gran mayoría de este colectivo: mujeres, inmigrantes, trans, pobres y trabajadores o de los países no occidententales. En vez de buscar la unidad en base a una perspectiva política que tuviese en cuenta los problemas de la mayoría oprimida, el movimiento estalló en múltiples identidades en la búsqueda del “yo”.
Hoy vemos como el origen combativo y de cuestionamiento radical en las barricadas de Stonewall, es invisibilizado por los pride parade. En paralelo los lobby gay actúan sin tener en cuenta más que sus intereses económicos, los que se relacionan con el llamado “capitalismo rosa”. El último caso fue entre los organizadores del Madrid Orgullo, que llamaban a toda la comunidad LGTBI de Madrid a votar por la reaccionaria y derechista del PP Esperanza Aguirre, sin importar, por ejemplo, que nunca se haya pronunciado en contra de la discriminación y las agresiones homofóbicas.
Judith Butler y la teoría Queer
Ante las limitaciones que supusieron la cooptación, institucionalización y fragmentación del movimiento LGTBI, apareció en los años ‘90 la teoría Queer, que plantea superar las identidades de género para afrontar la exclusión desde otra perspectiva. El movimiento Queer comienza a desarrollarse en un contexto de ofensiva neoliberal en el que se argumentaba que no había alternativa al capitalismo, que la lucha de clases no existía y, tras descartar la perspectiva de clase en la lucha contra la opresión de género y sexual, negaban a la clase trabajadora como el sujeto protagónico del cambio social.
Una de las principales teóricas Queer es Judith Butler, con obras como el Género en disputa, donde plantea una fuerte crítica a la identidad sexual y de género como construcciones represivas y excluyentes. Entiende la sexualidad y el género como construcciones culturales impuestas, de forma que no existen roles sexuales o de género con raíces biológicas.
La identidad sexual y la identidad de género se construyen en base a la dicotomía masculino-femenino, heterosexual-homosexual. Las producciones de identidad de género y nuestra sexualidad se dan en el marco de la matriz heterosexual, denominada así por Butler. Esta matriz es un conjunto de discursos y prácticas culturales relacionadas con la diferenciación entre los sexos, encaminados a producir la heterosexualidad.
Plantea la liberación de la propia identidad –opresiva en sí misma- para llegar a la emancipación de la mujer. Para ello hay que elaborar, dentro del marco constituido, una crítica de las categorías identitarias que naturalizan e inmovilizan las identidades actuales.
La idea es que mediante distintas prácticas performáticas, que permitan cambiar constantemente de identidad, se vayan trastocando las categorías de cuerpo, sexo, género y sexualidad pudiendo así subvertir las identidades impuestas y acabar transformando este orden simbólico excluyente hacia algo más plural. Estas prácticas, llevadas en el seno de los Estados capitalistas persiguen una finalidad: alcanzar una “democracia radical y plural”, o lo que es lo mismo, humanizar en la medida de lo posible el sistema capitalista.
Lanzamos una pregunta para reflexionar: ¿Cómo podemos llegar a la libertad sexual dentro del marco del sistema capitalista? ¿Podrán desaparecer las identidades “normativas” en los márgenes del sistema capitalista, el cual se enriquece a costa de desigualdades sociales?
Marxismo y liberación sexual
La teoría Queer propone que mediante la transgresión de la identidad las diferencias por cuestiones de sexo, género o identidad sexual desaparecerían. Sin embargo, el capitalismo no solo se nutre de un tipo de opresión –en este caso de género, sexo o identidad sexual-, sino que se basa en una intrincada red de opresiones que se retroalimentan para oprimir y explotar. Ser mujer no es lo mismo que ser mujer, negra, pobre, lesbiana y/o trans.
El componente de clase es claro a la hora de poner en práctica la teoría Queer. Necesitaríamos tanto capital cultural como económico, una situación estable económica y socialmente. Económica, porque existe el peligro de perder un empleo si exteriorizamos estas prácticas, y social, porque es necesario un grupo fuerte de apoyo.
Las divisiones dentro de las filas de los explotados y explotadas, de la clase trabajadora, únicamente benefician a los capitalistas. Los valores familiares y la educación nos trasmiten prejuicios que perpetúan estas cadenas de opresión. ¿A quién le beneficia que estas divisiones no existan, que se acabe con toda explotación y opresión? Únicamente a la clase trabajadora; la misma que recupera estrategias de lucha de décadas pasadas para enfrentar a los gigantes burgueses.
Somos las mujeres y las personas LGTBI trabajadoras quienes tenemos interés en llevar la lucha contra la familia tradicional hasta el final; por una parte, desde el movimiento LGTBI reivindicamos formas de unión más allá de la lógica del matrimonio heterosexual, mientras por otra, somos las mujeres quienes tenemos interés en dejar de ser explotadas, continuando la jornada laboral al llegar a casa. Este “mantenimiento de la vida”, los trabajos de cuidado y de reproducción, son trabajos, que realizados en el hogar familiar, no le cuesta nada al capitalismo ¿Cuánto dinero se ahorran los capitalistas al no pagar nada a las miles y miles de mujeres que en sus hogares, diariamente, mantienen a sus hijos e hijas –futuros/as trabajadores/as- a sus parejas, compran, limpian, cuidan…?
Consideramos que la crítica que plantea la teoría Queer respeto a las categorías de sexo y género es muy progresiva. Por otra parte, identificarse con la etiqueta “mujer”, “negra” o “lesbiana” no es únicamente una decisión personal. Lo que el capitalismo ha demostrado a lo largo de la historia, pero sobre todo desde la democratización de la sexualidad y la avanzada neoliberal de los ’80, es su capacidad para mercantilizar las diferencias identitarias. Las convierte en objetos de consumo y creadoras de nuevas segregaciones sociales. También se encarga de hacernos sentir diferentes si nos apartamos de “lo que es normal” para el sistema. Individualmente, asimilamos los comportamientos que estas categorías conllevan y los reproducimos. Ser conscientes de este hecho nos llevará a cuestionar por qué somos parte de un grupo oprimido, y en última instancia a cuestionar al sistema mismo. Si no tenemos en cuenta estas diferencias, no solo no desaparecerán, si no que estaremos negando un lugar de cuestionamiento para millones de personas.
Somos conscientes de que la igualdad ante la ley no es igual ante la vida. Aun así, creemos necesario luchar para exigir igualdad legal. No podemos olvidar que miles de mujeres mueren al año en abortos clandestinos, y miles más siguen sin tener control sobre su sexualidad; que millones de personas LGTBI siguen siendo discriminadas en sus centros de trabajo y estudio, perseguidas y acosadas por las calles y reprimidas por la extrema derecha y las cuerpos represivos del Estado. Pero también somos conscientes que de que los partidos políticos que sirven a los intereses del capitalismo, no van a darnos ningún derecho que no sea arrancado por la lucha en las calles. Para acabar con esta opresión, necesitamos más que leyes; necesitamos cambiar de raíz este sistema podrido. Debemos poner en pie un movimiento que agrupe a jóvenes trabajadores/as, estudiantes, LGTBI, que sea independiente del Estado y de los partidos de régimen para conseguir nuestros derechos más elementales.