Un libro sobre huelgas de mujeres: “Nosotras, el proletariado”
En marzo, Ediciones Iskra lanza en Brasil el libro Nós mulheres, o proletariado de Josefina Martínez, publicado originalmente en castellano en el Estado Español con el título ¡No somos esclavas! El libro recupera los hilos de la resistencia y las luchas por la emancipación de las mujeres junto a todos los oprimidos. Un libro sobre huelgas de mujeres, atravesadas por el género, la clase y las migraciones.
La edición brasileña cuenta con un artículo extra: “No somos esclavas: reinas de los Quilombos, guerreras armadas y huelguistas decididas – historias de mujeres negras en la lucha por la libertad”, escrito por Leticia Parks.
Publicamos aquí el prólogo de la edición brasileña, escrito por Diana Assunção, historiadora y compiladora del libro A precarização tem rosto de mulher y Leticia Parks, una de las compiladoras del libro Mulheres negras e marxismo y A revolução e o negro, de Edições Iskra.
En memoria de Moïse Kabamgabe, trabajador e inmigrante refugiado del Congo, brutalmente asesinado en Río de Janeiro en 2022 tras cobrar su salario por dos dietas de trabajo precario no pagadas. Lucharemos por Moïse, por todos y cada uno de los inmigrantes, refugiados y asilados en Brasil, que constituyen la capa más explotada y oprimida de nuestra clase. [1]
Prefacio del libro Nosotras, el proletariado
Cuando pensamos en la palabra “proletariado”, ¿qué nos viene a la mente? La mayoría de las veces, la imagen de trabajadores blancos con ropa de trabajo. Otras veces, la famosa frase de Karl Marx con la que termina magistralmente el Manifiesto Comunista: “¡Proletarios del mundo entero, uníos!”. Pero ¿qué pasa si este imaginario empieza a ser ocupado por trabajadoras de fábricas desde China a México, por las enfermeras y limpiadoras sanitarias desde Alemania a Sudáfrica, por empleadas domésticas negras desde Brasil a Filipinas, por maestras desde Estados Unidos a Francia? ¿Quién da forma a este rostro femenino que en el siglo XXI sacude la imaginación? Somos las mujeres, el proletariado.
El libro de Josefina Martínez, publicado originalmente en Madrid en marzo de 2021 bajo el título “No somos esclavas”, nos permite bucear no sólo en este imaginario, sino en la dura realidad de las mujeres trabajadoras. Sin embargo, no se trata de un libro de denuncia o de lamento, porque esta realidad se nos presenta partiendo del conflicto: piquetes, huelgas, ocupaciones. Se trata de una clase obrera femenina en movimiento, en lucha, movilizada. Pero también se muestra en el proceso de autoorganización, en las entrañas profundas de la resistencia cuando se ve golpeada por la doble jornada laboral, por la precariedad, por las consecuencias de la reproducción social, por el peso del patriarcado. Y Josefina Martínez nos muestra que este grito unísono no se reduce a un solo país, sino que atraviesa el planeta y cruza varias generaciones, mostrando el alcance en la historia de esta lucha de clases con rostro de mujer.
¿Qué relación existe entre la huelga de Pan y Rosas de principios del siglo XX, la chispa femenina que inauguró la gran Revolución Rusa de 1917, y las recientes luchas de las trabajadoras de la salud contra la pandemia, o las huelgas de las trabajadoras de Ford en Dagenham? En todos estos procesos de diferentes magnitudes, en la práctica, la lucha de clases confluye con la lucha de las mujeres y muchas levantan la cabeza, incluso ante la opresión milenaria, para decir que ya no aceptan esas condiciones, ya no aceptan ser esclavizadas por los capitalistas que se aprovechan de nuestra opresión para explotarnos mejor. Hoy, en el siglo XXI, supuestamente las mujeres “dominan el mundo”: son presidentas, dirigen empresas multinacionales, están en todas partes. Esta es la versión de los explotadores y del feminismo liberal: la historia real, de la lucha de clases, es que estas posiciones de poder de algunas mujeres no cambian la condición de opresión y explotación de la gran mayoría y, aunque quieran cooptar nuestra lucha promocionando algo como un “capitalismo feminista”, lo cierto es que nunca hemos sufrido tanto la miseria y precariedad.
Todo esto tiene lugar en el contexto del nuevo peso de la clase obrera femenina. ¿Qué hipótesis se abren entonces? ¿Podría el impacto de los nuevos movimientos feministas por la igualdad empoderar a un sector de la clase trabajadora femenina haciéndola más peligrosa de lo que cabe en los anuncios “feministas” de la televisión? Estas preguntas tienen plena actualidad. Este libro es, por lo tanto, un laboratorio de los nuevos tiempos: un intento de expresar en una sola elaboración algunos de los procesos de la lucha de clases con protagonismo femenino que puede dar algunas pistas fundamentales para la organización de la clase obrera hoy. Por eso es tan actual publicarlo en este momento en Brasil, contribuyendo a esa perspectiva.
En este sentido también queremos en esta introducción añadir voces brasileñas a este grito que, parafraseando a Marx, quiere decir “proletarios de todo el mundo, uníos”. Entonces, reflexionemos: ¿qué significa “Nosotras, el proletariado” en Brasil? En la franja que va de los 10 a los 60 años, las mujeres son más de 40 millones de la población ocupada en Brasil, es decir, casi la mitad de la clase trabajadora brasileña, siendo 20 millones de ellas negras [1]. En 2021, las mujeres alcanzaron la cifra récord del 17,9% de los desempleados, con una mayoría de mujeres negras también [2]. Alrededor del 10,5% de las mujeres blancas ocupadas trabajan sin permiso de trabajo firmado, y el 11,8% de las mujeres negras también. El 92% de la categoría de servicios domésticos, lo que supone 5,7 millones de personas, son mujeres, y entre ellas 3,9 millones son negras o indígenas [3]. Según una investigación de la Fapesp de 2020, sólo el 13,9% de las mujeres trans y travestis tienen un empleo formal. Entre los precarios e informales, sin estadísticas claras, las mujeres son la inmensa mayoría formando un enorme ejército de subcontratadas y precarias. Desde el punto de vista de las principales categorías laborales, es un hecho que las vinculadas al “cuidado natural”, como las maestras, enfermeras, trabajadoras domésticas y de la limpieza, son mayoritariamente femeninas, conservando el elemento de opresión de género como base principal de la explotación capitalista, rebajando los salarios al presentar estas profesiones como una “extensión del hogar”. También cabe destacar que, según las estadísticas, 8,5 millones de mujeres abandonaron el mercado laboral en el tercer trimestre de 2020 debido a las consecuencias de la pandemia.
Estas cifras ya expresan la forma ventajosa en que el capital se apropia de la opresión de género, que es anterior al modo de producción capitalista, creando una poderosa relación entre la explotación del trabajo mediante la plusvalía y la subordinación de un grupo social para explotar más profundamente. Esta tesis, que encierra en sí misma uno de los grandes y profundos debates entre el marxismo y el feminismo, sostiene que no se logrará la emancipación femenina sin destruir las poderosas cadenas del sistema capitalista, que han convertido al mundo en una sucia prisión. Pero las estadísticas mencionadas también muestran que la clase trabajadora femenina en Brasil está atravesada por el entrelazamiento -o el “nudo”, como señala la importante feminista Heleieth Saffioti- entre género y raza.
Claudia Mazzei Nogueira, profesora de la Universidad Federal de Santa Catarina, señala en su estudio “La feminización del mundo del trabajo: entre la emancipación y la precariedad” donde relata la situación de las trabajadoras de telemarketing, que la entrada de las mujeres en el mercado de trabajo, un paso progresivo y necesario para la incorporación de las mujeres a la producción, se produjo de forma precaria. La feminización del mundo del trabajo vino acompañada de lo que Karl Marx llamó “mano de obra barata” en su gran obra El Capital. Este concepto expresaba esta incorporación de las mujeres y los niños a la producción. Al igual que el ejército industrial de reserva -o, mejor dicho, la masa de desempleados- se utilizó como una amenaza permanente: siempre habrá alguien con un trabajo más barato que el tuyo. A partir de esto podemos reflexionar sobre los mecanismos del capital y su búsqueda de una relación ventajosa en la subordinación de grupos sociales por su género, raza o sexualidad, o incluso edad, logrando dar pasos importantes hacia una bajada “natural” de los salarios para toda la clase. De estas bases surgen la desigualdad salarial y la precariedad del trabajo de las mujeres.
Aunque nuestra lucha es para acabar con todas las formas de explotación y no sólo para combatir sus “excesos”, es necesario que nos coloquemos en primera línea de la batalla por el fin de la precariedad laboral y por la igualdad salarial. El trabajo precario en Brasil, incluso, golpea a pleno a categorías con una gran mayoría de mujeres, como la limpieza. Las mujeres negras, además de ser mayoría entre las trabajadoras subcontratadas, también lo son entre las trabajadoras domésticas, una herencia directa de la esclavitud en nuestro país. En los hogares de clase media y alta, el trabajo doméstico lo realizan casi exclusivamente las mujeres. En el campo, las trabajadoras pobres sufren unas condiciones de trabajo agobiantes que destruyen sus cuerpos. Es un retrato del Brasil profundo y de la milenaria opresión de género que desgarra la vida de las mujeres.
En las fábricas, donde está la dictadura patronal, las trabajadoras están sometidas a un trabajo fabril repetitivo e intensivo, encerradas en la cadena de producción, alienadas del producto que crean, subordinadas a un constante acoso moral y conviviendo además con el machismo y el atraso de la propia clase obrera, entre sus compañeros que aún no han entendido que la opresión es utilizada por la clase dominante para dividir y debilitar a nuestra clase. La división de los puestos de trabajo en las fábricas entre hombres y mujeres es expresión de esto, relegando a menudo gran parte del trabajo manual a las mujeres. Esta división refuerza lo que llamamos la división sexual del trabajo, a menudo utilizada como justificación para exigir una mayor cualificación de los hombres para funciones menos alienadas.
Esta precariedad se expresa de forma grotesca en la diferencia salarial entre hombres y mujeres y entre negros y blancos. En 2019, las trabajadoras brasileñas ganaron un 28,7% menos que los trabajadores, considerando los ingresos de todos los trabajos [4]. Según la Encuesta Nacional por Muestra de Hogares (PNAD) [5]: “Mientras ellos recibían R$2.555, por encima de la media nacional (R$2.308), ellas ganaban R$1.985”. Las mujeres negras brasileñas aún no han conseguido alcanzar ni siquiera el 43% de los ingresos totales de los hombres blancos, según datos del PNAD, aún no actualizados tras la pandemia.
Mujeres subcontratadas, temporales, internas, informales, domésticas, amas de casa, desempleadas. El batallón de maestras y sus desplazamientos “extraoficiales”, sus voces roncas y sus salarios de pobreza conforman el escenario femenino del trabajo asalariado en Brasil. Este retrato de la precarización es amplio y sin límites y se expresa también con lo que se llama la “uberización” del trabajo a través de empresas de aplicaciones que destruyen cualquier derecho de los trabajadores y trabajadoras. Las reformas en curso en el Brasil de Bolsonaro buscan fortalecer este escenario, dando más mecanismos a la clase dominante para aumentar sus ganancias a través de la explotación del trabajo de las mujeres y de las mujeres negras en particular. Una respuesta inmediata a esta situación debe ser tomada por los sindicatos en su conjunto, luchando por la anulación de la Ley de Tercerización y la Reforma Laboral, rechazando la división en las filas de la clase obrera e imponiendo la contratación de todos los trabajadores y trabajadoras tercerizadas, sin necesidad de concurso público cuando se encuentren en lugares públicos, exigiendo que tengan los mismos derechos que los permanentes.
La bandera de “a igual trabajo, igual salario” también debería estar a la orden del día, exigiendo la igualdad salarial entre hombres y mujeres y entre negros y blancos, luchando especialmente contra la desigualdad salarial de las mujeres negras. Esta bandera también ha formado parte de las luchas de algunas mujeres trabajadoras a lo largo de su historia, como se retrata en algunos capítulos de este libro. Al mismo tiempo, luchamos por todos los derechos para las trabajadoras domésticas, imponiendo la conquistada jornada laboral de 40 horas semanales y el derecho a la sindicalización y a la organización. Estas serían medidas mínimas para enfrentar la brutal explotación de la masa negra femenina en nuestro país, pero que deberían tener como horizonte la exigencia del pleno empleo para que todas las mujeres pudieran acceder a trabajos que no les impusieran las interminables jornadas del trabajo doméstico en hogares ajenos, al mismo tiempo que éste debería ser socializado.
Una de las grandes conquistas del capitalismo desde la entrada de las mujeres en el mercado laboral fue la relación contradictoria entre el trabajo productivo y el trabajo privado y reproductivo dentro del “hogar”. Este nombre dócil que nos venden las telenovelas y los cuentos de hadas, por el contrario, no tiene nada que ver con la realidad de lo que se vive allí -más allá de las relaciones afectivas que puedan existir-. La opresión de género ya relegaba a las mujeres a un papel de “ama de casa”. Sin embargo, al entrar en el mercado de trabajo para reforzar la fuerza productiva, el capitalismo ha transformado lo que sería una contradicción en una respuesta para mantener los bajos salarios. Sin asumir parte de los gastos para el mantenimiento de las condiciones de vida de los trabajadores y, “además”, manteniendo a las mujeres atrapadas en un tipo de servicio, el doméstico, que funciona como corolario de la opresión de género.
Hay muchos estudios sobre el tiempo libre y qué hacer con él. Pero el hecho es que las mujeres trabajadoras, en su mayoría, no tienen elección. Un estudio de 2017 mostró que la diferencia en la carga de trabajo total entre hombres y mujeres ha aumentado en los últimos años en Brasil. Mientras que en 2005 las mujeres trabajaban 6,9 horas más que los hombres en una semana, en 2015 la diferencia aumentó a 7,5 horas, según el IBGE. En otras palabras, podemos decir que, en un periodo de 10 años, el tiempo dedicado por los hombres a las actividades profesionales disminuyó en casi 3 horas y siguieron ocupando 10 horas semanales en las tareas domésticas. ¿Pero qué pasa con las mujeres? Dedicaban 24,4 horas semanales a las tareas domésticas, más del doble. Estos datos muestran la cruel realidad capitalista: para no tener gastos “excesivos” en el mantenimiento de la vida del trabajador, es mucho más funcional para todos los empresarios que sean las mujeres, por su “condición natural”, las que garanticen la alimentación, el lavado de la ropa, la limpieza de la casa y el cuidado de los hijos, todo ello después de su jornada laboral, sumando horas y horas de trabajo más invisible y gratuito. Sin embargo, este trabajo es socialmente necesario para la producción, ya que un trabajador no puede seguir reproduciendo su fuerza de trabajo sin alimentarse, sin un uniforme limpio. Por eso es necesario luchar por la socialización del trabajo doméstico. Esta bandera es decisiva en un momento en que la idea de la reproducción social está siendo ampliada por diversas teorías que pretenden aportar un punto de vista más complejo sobre el papel de innumerables servicios gratuitos que son funcionales a la reproducción y que se hacen invisibles.
La realidad de las mujeres en Brasil, y de las mujeres negras e indígenas en particular, se combina con aspectos de atraso económico que se mantuvieron en nuestro país al servicio del establecimiento de la división internacional del trabajo. Esta ha sido funcional a los intereses de los capitalistas imperialistas que podían contar con bajos salarios y pocos derechos en los países de la periferia del capitalismo. Esta ubicación en el contexto internacional del mundo del trabajo fue lo que Trótski denominó desarrollo desigual y combinado, un concepto retomado por Lélia González muchas veces para entender el lugar de las mujeres negras en el capitalismo brasileño:
El punto básico que debemos señalar, para enlazar bien nuestro tema, es que el capitalismo industrial monopolista impide el crecimiento equilibrado de las fuerzas productivas en las regiones subdesarrolladas. Queremos hablar de la problemática del desarrollo desigual y combinado. En este sentido, Brasil no deja de ser una especie de modelo, ya que su dependencia económica neocolonial -exportación de alimentos y materias primas a las metrópolis del capitalismo internacional- junto con la permanencia de formas productivas anteriores y la formación de una masa marginal caracterizan esta problemática. [6]
Esto significa que en el mismo centro urbano, en ciudades como São Paulo, Río de Janeiro, Joinville, Belo Horizonte, entre otras que conforman la lista de las más industrializadas del país, las trabajadoras operan maquinarias de alta complejidad en sus lugares de trabajo y luego, en sus casas, no tienen ni siquiera acceso a agua corriente y tratamiento de aguas residuales, y deben realizar servicios domésticos y de limpieza no remunerados que han sido superados por la tecnología y la industria en los países centrales del capitalismo desde hace décadas. También es importante cuando la perspectiva de comparación es a nivel nacional, ya que en un mismo país hay centros urbanos industrializados con una gran acumulación de riqueza concentrada -inaccesible para la clase trabajadora de estas regiones- y regiones que dependen de las lluvias para producir alimentos o tener acceso al agua. Esta contradicción se puso de manifiesto en los recientes acontecimientos en Brasil, tanto antes como después de la pandemia, como en el alto índice de muertes por covid-19 en la región norte del país, como en Manaos, donde hubo escasez en los hospitales de envases de oxígeno producidos y envasados a unos cientos de kilómetros, en el estado de São Paulo [7]. Las mujeres, que son la inmensa mayoría en los puestos de trabajo de la sanidad, eran las trabajadoras de primera línea que, además de gestionar la falta de este insumo esencial, se veían obligadas a ver cómo su trabajo se transmutaba en una especie de selección de admisiones viables, ya sea en función de la edad o de las posibilidades de supervivencia del paciente, pasando de la posición de cuidado y tratamiento a la decisión sobre quién podía morir [8].
También hay casos de empresas “feministas”, como Natura, que utilizan el desarrollo desigual y combinado para naturalizar el embrutecimiento y la semiesclavitud del trabajo de las mujeres indígenas y negras, de las comunidades nativas y quilombolas, transformando las actividades extractivas mal pagadas y sin equipamiento adecuado en una especie de “fetiche orgánico”, vendido a altos precios nacionales e internacionales. El mismo uso de este tipo de mano de obra es el que hacen las industrias de alto valor añadido, especialmente las farmacéuticas, destruyendo regiones enteras para explotar la extracción de materias primas en régimen de semiesclavitud y luego producir medicamentos de alto coste en sus plantas altamente tecnificadas. Es en este mismo país donde las mujeres ribereñas se arrancan la cabellera por toda la Amazonia, expresando la combinación de la opresión de género milenaria y las precarias condiciones de vida y subsistencia.
Es en este Brasil profundo donde se escribieron los capítulos más intensos de la historia de la lucha de clases en el país. De las mujeres Cabana en Cabanagem, que atravesó los estados de Pará, Amazonas, Amapá, Rondônia y Roraima. De Sabinada en Bahia, de Farroupilha en Rio Grande do Sul. De las mujeres insurrectas, esclavizadas y libres, que se organizaron junto a sus amigos, familiares y compañeros en la Revuelta de Malês; de las que colaboraron en la Huelga Negra de vencedores en la ciudad de Salvador en 1857, experimentando por primera vez en Brasil el método que se convertiría en típico de la lucha de clases entre obreros y burgueses; de las reinas de los Quilombos y guerreras de los cientos de quilombos que se construyeron para escapar de la esclavitud, entre ellos el más conocido de todos, el Quilombo de Palmares. De esas mujeres, las negras insurrectas, quilombolas, rebeldes y huelguistas, nos ocupamos en el artículo agregado especialmente en la edición brasileña, que toma prestado el simbólico título del libro original español, “Não somos escravas: relatos de negras rebeldes em luta por liberdade”, de Leticia Parks.
Las olas de la lucha internacional también se han expresado en este Brasil desigual y combinado, mostrando que para las mujeres nuestra clase tampoco tiene fronteras. Así se mencionan personajes y episodios de la lucha femenina que nos permiten sacar lecciones para una estrategia socialista y revolucionaria como la que presentamos en este libro. En el siglo XX, a partir de 1910, las sufragistas brasileñas iniciaron movilizaciones inspiradas en la reivindicación del derecho al voto que había movilizado a millones de personas en Europa y Estados Unidos unas décadas antes. El derecho a la educación, como en el resto del mundo, tampoco fue gratuito. Antes de las sufragistas, inspirada en aspectos más radicales del contenido de la Revolución Francesa, Nísia Floresta, escritora y poeta nacida en 1810 en Natal-RN, fue la primera mujer brasileña que escribió textos reivindicando el derecho de las mujeres a la educación, desde una postura abiertamente abolicionista y anticolonialista. Maria Lacerda Moura, militante anarquista nacida en 1887, cuando el derecho a la educación de las mujeres ya estaba legalmente garantizado, luchó incansablemente por su aplicación, exigiendo campañas de alfabetización y reformas educativas que pretendían hacer efectivo en la realidad lo que sólo aparecía en la ley. Maria Firmina dos Reis, negra de Maranhão, nacida liberada en 1825, fue la primera mujer que publicó una novela sobre la vida de las mujeres negras y creó una escuela para niñas y niños pobres, enfrentándose a las leyes que impedían a los negros esclavizados o libres acceder a la escuela. Estas mujeres, así como las innumerables mujeres anónimas que soñaron y lucharon por el derecho a la educación, a la historia, a las matemáticas, se han convertido en símbolos de las luchas que hasta hoy sostenemos por el pleno derecho a la educación de las jóvenes, de los hombres y mujeres negros, y de la población más pobre, que debido a una serie de maniobras del sistema capitalista y a la dura realidad de este país semicolonial, se ven obligados a abandonar la escuela para trabajar y mantener a sus familias y a sí mismos.
Esta fuerza ha alimentado una “moral guerrera” que se ha hecho carne muchas veces a lo largo de la historia de la lucha de clases brasileña. En particular, se fusionó con la ubicación estratégica de las mujeres trabajadoras que formaron parte del levantamiento obrero que enfrentó a la dictadura militar y que, sólo por la traición de sus direcciones, no pudieron dar una dirección revolucionaria a esta lucha. Los historiadores cuentan que cuando los hombres dudaban, temerosos de llevar adelante las movilizaciones, eran las mujeres las que entraban en escena, dando un paso al frente, haciendo sus piquetes femeninos. Llegaban en bloques propios durante las impresionantes huelgas metalúrgicas en el ABC Paulista, llenando las asambleas y garantizando todas las tareas que aseguraban la continuidad de la huelga [9]. Hoy, ya establecidas en todas las capas de la clase obrera y en todos los sectores de la producción y circulación de bienes y servicios, las mujeres figuran en la primera línea de las grandes batallas que hemos visto librar en los últimos años contra los ataques y ajustes del régimen del golpe institucional, por los derechos y contra el alto costo de la vida. Ya sea como minoría activa en categorías mayoritariamente masculinas, como en la huelga militante de la constructora MRV en Campinas-SP, en las luchas de los incansables recolectores de basura de Río de Janeiro y de los conductores de autobús de Porto Alegre-RS en todos los años en que salieron a las calles de las ciudades contra la privatización y contra el hambre. Ya sea en las luchas de categorías mayoritariamente femeninas, como las profesoras y las trabajadoras de la limpieza subcontratadas de la USP, pero también en todo el país, que cada vez que hacían piquetes en sus puestos de trabajo o tomaban las calles de sus regiones, producían la imagen innegable de que las mujeres, el proletariado, estamos dispuestas a conseguir lo que nos corresponde por derecho.
Por todo ello, la relación entre raza, clase y género para el feminismo marxista no es ahistórica y natural, sino que se determina a partir de las relaciones sociales construidas, reproducidas y reinventadas por la sociedad de clases. Como afirma Engels en su obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, aunque la opresión de la mujer es anterior a la aparición del propio capitalismo como sistema económico, la división de la sociedad en clases la refuerza. El racismo, en cambio, es un fenómeno que data de la acumulación capitalista. El comercio de esclavos como una gran empresa en las Américas marca de una vez por todas las posibilidades de la transición del feudalismo al capitalismo. Como negocio altamente rentable, forma parte del proceso violento de la acumulación primitiva del capital, y para sostener el horror que inaugura el capitalismo se crea una justificación ideológica de la raza para esclavizar a los negros africanos, como explica George Breitman (2015) a partir de varias lecturas de antropología dedicadas a este estudio. Es en el feroz proceso de acumulación primitiva del capital, marcado por la esclavitud, el robo y el saqueo, donde se inserta la aparición del racismo. Así, la relación entre género, raza y clase está marcada por el surgimiento de la sociedad de clases, y el análisis y la superación de la opresión racial y de género no pueden prescindir de esta relación.
En este sentido, todas estas experiencias de lucha de las mujeres insertadas en la lucha de clases son poderosas porque aportan lecciones y también se conectan. ¿Hay elementos comunes en los distintos procesos más allá de sus especificidades y temporalidad? Así lo creemos, incluso en lo que se refiere a sus debilidades, es decir, a las necesarias lecciones que cada proceso vivo aporta a nuestra clase, sin las cuales sería imposible dar pasos adelante para un enfrentamiento eficaz con nuestros enemigos y el capitalismo. En este sentido, traemos este libro al público brasileño con el objetivo también de rescatar algunos de los conceptos que consideramos fundamentales para desarrollar la organización de las mujeres trabajadoras. Como la necesidad de una política antiburocrática, es decir, de independencia en relación a las direcciones burocráticas de las organizaciones de masas, los sindicatos, garantizando la autoorganización de las trabajadoras para imponer que estas direcciones se muevan de manera efectiva y las trabajadoras puedan recuperar los sindicatos en sus manos. La necesaria unidad de la clase obrera, que significa la alianza entre hombres y mujeres, blancos y negros, y LGBTQIAP+, entendiendo quiénes son nuestros enemigos, aunque haya una lucha dentro de nuestra clase contra todas las formas de opresión y por la unidad de la clase contra toda fragmentación entre trabajadores fijos, subcontratados y temporales como una batalla decisiva para la lucha de las mujeres, que son mayoría entre los precarios. La alianza con la juventud, como sector explosivo que puede aliarse con la clase obrera y con las mujeres trabajadoras para amplificar la voz contra la explotación capitalista, demostrando que esta clase puede tener hegemonía obrera sobre el conjunto de los oprimidos, puede ser el sector dirigente que por su papel en la producción tenga la capacidad de ser la clase revolucionaria de nuestro tiempo, levantando la lucha contra todos los males que sufre el conjunto de la población pobre.
Estos conceptos pueden ser útiles en un momento en el que hemos sido testigos, en los últimos años, del desarrollo de un movimiento internacional de mujeres en el que vuelven a aparecer teorías e ideologías de todo tipo en nuevos formatos con el objetivo de mantener el statu quo de la sociedad de clases, desde el liberalismo hasta las variantes reformistas. En un momento delicado que vivimos en el país, con un gobierno de ultraderecha liderado por Jair Bolsonaro y el general Mourão, apoyándose en las instituciones del régimen golpista como el Congreso Nacional y el Supremo Tribunal (STF) para garantizar todas las reformas antiobreras, las alternativas de conciliación de clases que allanaron el camino a la derecha y la ultraderecha no pueden ser una alternativa, como una vez más intenta presentar el PT. Su papel de defender un proyecto desde el sistema capitalista, incluso permitiendo en sus gobiernos no sólo la represión en Haití liderada por Brasil, sino también el aumento exponencial del trabajo precario son algunas expresiones de ello.
La perspectiva marxista revolucionaria permite una lectura de la lucha de clases como motor de la historia, separándose de las experiencias de burocratización estalinista, que por cierto atacó frontalmente a las mujeres, y nos da las herramientas para preparar una lucha por la emancipación de las mujeres y de toda la humanidad, que sólo será posible destruyendo el capitalismo y dando paso a una sociedad sin explotación ni opresión.
Es en este sentido que estos movimientos que hemos visto en los últimos años, con mujeres que se levantan en diferentes países, también pueden dar algunas pistas para la hipótesis sobre la recomposición de la clase obrera como sujeto revolucionario, teniendo a las mujeres trabajadoras como su vanguardia. ¿Serán estas mujeres, “empoderadas” por todo el discurso feminista, las que también podrán sacudir los sindicatos burocratizados y mayoritariamente masculinos y blancos? ¿Puede la idea de la igualdad de género y de los derechos de las mujeres, y especialmente de las mujeres negras, ser una chispa que ponga a las trabajadoras en primera línea de la lucha no sólo contra los ataques, sino contra el capitalismo? Estas son algunas de las cuestiones que confirman que la revolución en Brasil tendrá rostro de mujer y, en particular, de mujer negra, como parte de las franjas más explotadas y oprimidas de nuestra clase, siendo parte de una lucha necesariamente internacionalista. Procesos como estos pueden, como subproducto de intensos episodios de lucha de clases, crear también nuevas camadas de mujeres dirigentes, en cantidad y calidad superiores a lo que hemos visto en otros momentos históricos, donde la clase obrera era mayoritariamente masculina.
Este libro, por lo tanto, es un golpe de muerte al feminismo liberal que nos presenta el estrecho horizonte de los logros individuales. Pero, aunque nuestra concepción no se reduce a un obrerismo economicista, ya que como marxistas vemos que la opresión de género atraviesa todas las clases sociales, también identificamos claramente que la combinación de opresión y explotación tiene efectos infinitamente más devastadores en la vida de las mujeres trabajadoras y de las mujeres negras. Así que cuando quieran diluirnos en una identidad de género que no proporciona ninguna pertenencia real, es el momento en que tenemos que mirar con los ojos abiertos a la clase trabajadora de este siglo XXI. Y cuando nos pregunten quiénes somos, podremos responder: somos nosotras, las mujeres, el proletariado. Somos parte de una poderosa clase en movimiento, que necesita buscar la unidad programática entre hombres y mujeres, negros y blancos, como parte de la misma clase, actuando al lado de la juventud y de los movimientos sociales. Pero con la certeza de que ese poder femenino en las entrañas de la clase obrera brasileña y mundial es, ciertamente, la capa de la clase obrera que más sufre de lo viejo y, por eso, creemos firmemente que serán la línea de frente para la lucha por un nuevo futuro para la humanidad, que sólo puede ser una sociedad libre de toda opresión y explotación: estamos hablando del comunismo.